EL RAMO DE LA NOVIA

Como todos sabemos, es costumbre que en las fiestas de casamiento la novia, casi al final de las mismas, arroje el ramo a las chicas (o no tan chicas) solteras (o separadas tres o cuatro veces), para que una de ellas lo atrape y, según la creencia, se haga luego acreedora al fin de un especímen roncador malhablado controlremotodominante, llamado también marido/esposo/lord del sofá del living/o "el idiota ese" en el peor de los casos.

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Pero la cosa tiene un trasfondo que sólo una mujer puede entender. Y yo soy mujer, argentina y de River. Entonces, señores, cual Buda en la montaña, me ilumino y comprendo.

El ramo de la novia cierra unas cuatro o cinco horas de competencia callada, solapada, discreta, oculta por el carnaval carioca y la reguera de tinto.

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Durante cuatro o cinco horas se miraron y midieron, compararon vestidos, zapatos, maquillaje, bijouterie, peinados, el chongo que tiene al lado ésta, cómo baila la otra, si se ríe, si tiene más arrastre, pero qué pinta de perra, mirá esta vieja como se hace la pendeja, mirá la cornuda aquélla el escote que peló.... todo hasta el momento del ramo.

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Ahí es cuando la fémina soltera avanza sobre el oponente sin medias tintas. Saca las uñas, despega los codos, entrecierra los ojos, arquea la espalda, muestra los dientes, y... ataca. Quiere ese ramo para ELLA. Busca esa gloria que se siente al apretar los tallos con la mano, mirar triunfante a la multitud, y ser la dueña de los aplausos. ELLA agarró el ramo. No la perra de minifaldita naranja, no la bastarda ésa con tetas artificiales. ELLA lo tiene, lo ganó con destreza, habilidad. Si partió una nariz, o hundió una costilla, no interesa. El fin justifica los medios.

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Y por más copas que tenga encima, no lo va a perder de vista hasta llegar a casa y dejarlo bien bien a la vista de todos.

Y de todas.