Una de las cosas flojas del invierno es el tema de bañarse. Y no me vengan conque no, que siempre están dispuestos, que el aseo personal, y qué se yo, porque no les creo nada.

Bañarse en invierno es una de las cosas más difìciles que hay; en su introducción, su nudo, y su decenlace.

Para empezar, está el tema de desvestirse. Uno ya estaba calentito, "acomodadito" a sus prendas, y de golpe hay que meterse en el baño y exponer nuestro cuerpecito al chiflete que viene siempre de algún lado. Ahí ya empezamos mal, los pies se enfrían, la cola, la espalda.... ya nos disgusta.

Después del choque térmico de pasar del chiflete a la ducha caliente, surge el otro problema: nuestro cuerpo, por lógica, es más ancho que el chorro de la ducha. Entonces quedan un codo, un brazo o una rodilla afuera del asunto, y se congelan a -1º (ni que hablar si por accidente rozamos los azulejos helados). El shampoo también está frío, y el muy turro casi siempre nos gotea en la espalda maléficamente.

Si nos sumergimos en la bañera llena de agua, los hombros, rodillas, pies o brazos quedan afuera también congelándose. No hay manera de ganar. No hay modus operandi que sirva.

Para finalizar, viene la etapa de secarnos. Si la toalla está seca, es jodido pero vaya y pase. Pero si te tocó la que usaron hace menos de una hora, agarráte, Catalina..... está húmeda y fría. Es como pasarse una cubetera por la panza, es un sufrimiento por el que no deberíamos pasar. Y, hasta que no te vestiste todo, temblás como si hubieras visto a Freddy Kruegger, y te autoconvencés de que "ya llega el verano" para no llorar y perder el autorespeto.

Así que, lo mejor, creo yo, es moverse lo menos posible y no transpirar, a ver si, aunque sea una vez por semana, zafamos de esa tortura. Eso sí, los dientes, lávenselos, no sea cosa de que se note...